miércoles, 23 de julio de 2008

Deseo deseado

Oh mar! oh mito! oh largo lecho!
Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.
Que ambos nos conocemos desde siglos.
Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.
(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por primera vez en tu seno).
Oh proteico, yo he salido de ti.
¡Ambos encadenados y nómadas;
Ambos con una sed intensa de estrellas;
Ambos con esperanzas y desengaños;
Ambos, aire, luz, fuerza, obscuridades;
Ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra gran miseria!
J. L. Borges
La palabra deseo viene del latín vulgar desidium “ociosidad, deseo, libido”. Desidium proviene del latín clásico desidia “ociosidad, pereza”, cuya raíz es el verbo desidere “permanecer sentado, detenerse”, que se compone del prefijo de- y el verbo sedere “estar sentado”. En el caso del significado de desidium se añadió la influencia analógica del verbo desiderare “echar de menos, echar en falta, anhelar” con lo que los usos semánticos de deseo/desear se ampliaron notablemente, y hasta de desiderare viene directamente el fr. désirer “desear” o el inglés desire “deseo”. Es de notar en lo que respecta al latín desiderare “echar de menos” que este verbo se compone de sidus, sideris “astro” con el prefijo de- y proviene de la lengua religiosa augural tal como el verbo con-siderare: “mirar los astros, contemplar”. Desiderare, por tanto, podría significar originalmente “dejar de contemplar, dejar de ver” pero es sólo una hipótesis.
Deseo, palabra compleja desde su origen. Significante, ya desde lo etimológico, cargado de significados: ociosidad, libido, pereza, permanecer sentado, detenerse, echar de menos, echar en falta, anhelar, mirar los astros. Valga esta ensalada de palabras (casi una asociación libre) para motivar este intento de reflexión.
Podríamos marcar dos polos de tensión: por un lado hay un detenerse (por tanto desde algún lado se viene) y por otro un anhelo. Desde algún lado y hacia algún lugar se va. No sabemos ni de donde ni hacia donde. Lo que si sabemos es que hay un trascurrir, un movimiento. Del problema del origen de ese movimiento no se dice nada, del destino tampoco. Sólo sabemos que hay un detenerse para mirar algo. Se produce una quietud tensa, no muerta, que no mira para atrás ni hacia delante, mira los astros que están arriba, que están entre las cosas que no se pueden alcanzar, aquello que se quiere, que tracciona, que atrae, pero que no puedo alcanzar.
Pero ¿Qué se quiere? ¿Qué se busca? ¿Qué es lo que se echa en falta? Lo que se buscan son los astros, las estrellas. ¿Y que hay ahí que pueda interesar, que pueda detener la marcha? Para nosotros “hombres modernos” los herederos de Copérnico y Galileo, quizás no haya más interés que la belleza y la aventura. Pero para el “hombre antiguo” ahí estaba el destino, el designio divino, la voz de los dioses (como vimos en la etimología sideris proviene de la lengua religiosa augural – de allí augurio).
Por tanto el deseo está dado por un momento en un continuo donde se produce el reconocimiento de una falta de algo que se quiere y no se tiene: se desea.
¿Pero que se desea? Bien, todo puede desearse y justamente desde el psicoanálisis el repertorio de lo que se puede desear se abre casi ilimitadamente.
Se desea lo que falta, lo que no se tiene. Por lo tanto el deseo se agota al instante de tener y por tanto cabria pensar la posibilidad de que si se tiene todo no hay lugar para el deseo. Me perdonaran las verdades de Perogrullo pero el intento de reflexionar sobre lo obvio suele desestabilizar lo que se cree sabido y eso, al menos para mi, ya esta bueno.
Por todo esto me parece que deseo remite permanentemente a la pregunta por lo que se desea y he aquí donde aparece el mayor problema. ¿Qué se desea? ¿Qué hay detrás de todo deseo? ¿Hay un deseo por debajo de la exuberancia de deseos que nos acometen en cada momento? ¿Qué se busca? ¿Satisfacer los deseos? ¿Con que fin? ¿El placer?
No quiero arriesgarme a teorizar sobre el deseo en Lacan porque para eso me falta mucho solamente que llegado a este punto se plantea por si sola la motivación inconciente del deseo donde la multiplicidad de deseos concientes queda subsumida por una otra motivación. Habría que rumbear por el lado de la castración, la falta en ser, el hueco, ser el falo de mamá, etc. Entre psicosis y neurosis. Entramos en la problemática del deseo del Otro. Y ya fuera del ámbito puramente psicoanalítico aunque indisolublemente entrelazada con él las problemáticas filosóficas del ser y su devenir. Meterme por esos andariveles (que me tientan) alargaría imprudentemente estas líneas.
Solo quisiera agregar que, desde el punto de vista filosófico, la problemática del deseo, como aquí se viene planteando, se abre a la teleológica. ¿Qué busca el “hombre” que busca? Fin o fines. ¿Existe un fin, un destino? Si existe ¿se puede conocer?
Todo esto se agita en derredor de cada deseo, potenciándolo, motivándolo, inhibiéndolo, conjurándolo, contaminándolo, posibilitándolo.
Se que abrí muchos temas y no cerré ninguno. Pero bueno ahí están.
Para dale un poco de forma a esto (si eso fuera posible) quiero retomar la etimología de la palabra deseo a lo que tiene de echar en falta, de anhelo, de libido, de augural, como también de ociosidad, pereza. El deseo nos tensiona hacia un fin, pero no nos impulsa, es un instante que puede quedarse en la ociosidad o la pereza, en la contemplación de los dioses para que nos revele el camino y nos diga hacia donde ir. Un Otro que desde su deseo nos dice que desear. Pero la respuesta se pierde entre el destino del ser y el del sujeto. Entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. Entre la falta constitutiva y la cosntitisión de la falta. La respuesta y la no respuesta están perdidas por allí y están perdidas para siempre. La angustia encuentra su plena reivindicación. Deseo y angustia quedan como las dos caras de una misma moneda.
No sabemos de donde venimos no sabemos hacia donde vamos, la “verdad metafísica” (trascendente) esta perdida por tanto la verdad del ser esta perdida. No hay acceso al ser por tanto no hay acceso a la contemplación de la verdad que implica el termino definitivo de la búsqueda. Lo que nos queda es la “verdad” inmanente, la verdad del sujeto que se debate en la tramas de significantes que entreteje el lenguaje. Fuera del lenguaje nada. El lenguaje encuentra apoyatura en el devenir del ser otorgándole incluso el mismo devenir, temporizándolo. El Otro portador del legado cumple su función: lo da ya preñado de deseos dando a luz al ser hablante.
Al estar perdida la verdad del ser la búsqueda queda sin objeto. Se busca pero no se sabe que se busca. Pero el impuso a la busqueda esta y se agita para ser satisfecho. La búsqueda solo puede satisfacerla ese objeto (al que no me atrevo a nombrar) que esta perdido porque no hay camino hacia él, por eso todo objeto con el cual podamos enfrentarnos nunca logrará darnos la satisfacción perfecta, la felicidad esta perdida, la angustia afirmada. Quizás el planteo parezca pesimista pero no lo es, las consecuencias son por lo contrario abierta a incalculables posibilidades. Pero eso es ya otro tema.
Bueno, bien, el deseo ya esta planteado allí deseando, abierto, hambriento.

Pero aquí no nos plantamos cualquier deseo sino el deseo del analista. No se si puede pensarse el deseo del analista fuera del espacio analítico, con el otro. Aquí se plantea una serie de deseos tanto del analista como del analizando. Este último planteará un deseo que se manifestará como demanda pero hay otro deseo que se agita en su inconciente y del cual no tiene noticia y que estará enmascarado detrás de la demanda. El analista también tiene deseos que se pondrán en juego en la relación analítica y también tiene un deseo inconciente el cual ya debe tener analizado. Todo esto configura la encrucijada de la relación analítica y deberá ser tenido en cuenta, todos estos deseos trataran de hacerse oír y habrá que filtrar los ruidos para que aparezca uno, el deseo del sujeto que quiere advenir. Nuestro deseo deberá estar ahí sosteniendo ese momento, posibilitándolo. Es el deseo que posibilita la estructuración del espacio analítico, estructuración que deberá soportar resistencias, desestimar ruidos, soportar el silencio (propio y ajeno), no dejarse sobornar, resistir el encantamiento del elogio y la seducción, resistir los ataques y desprecios, no trabar lazos ni complicidades, no “ayudar” en el sentido piadoso de la palabra, no esperar agradecimientos, nunca negociar con el goce. Un espacio así solo puede ser construido con mucha responsabilidad que implique análisis propio, supervisión, estudio, permanentes ajustes, esfuerzo.
Así contemplado el espacio analítico si no esta basado en el deseo no podrá nunca sostenerse. ¿Qué podría sino sostenerlo? ¿El solo gusto por una línea teórica? ¿La adhesión a un autor que proclama cosas que me seducen?
Difícilmente, algo debe ponerse en juego que sostenga ese lugar y no puede ser otro que el deseo, el deseo del analísta.

No hay comentarios: