¡Queridos! ¡Qué alegría estar acá, juntos, de (re)vuelta!
1. Juego un ratito: ¿puedo pensar la situación analítica como casi simétrica, como casi espejo? Sería así:
1. Juego un ratito: ¿puedo pensar la situación analítica como casi simétrica, como casi espejo? Sería así:
“Deseo del analista” – “Demanda del paciente”,
donde “Demanda del paciente” = “Deseo de analista”, de modo que la situación analítica queda del siguiente modo:
“Deseo del analista” – “Deseo de analista”;
como se ve, la diferencia es de una letra (la “ele” de “del”)… ¡casi nada!
2. Ahora, fuera de broma (¿broma? Pues es que no sé… si alguien ahí lee algo, algo más que una broma, bienvenido):
como bien dijo Fara, “deseo del analista” designa una función lógica en la situación analítica a lo Lacan. No es mi deseo, o el menos no exactamente o sólo mi deseo, en tanto deseo del sujeto, a secas. Pienso en dos cosas:
- en el pase. Allí tenemos un sujeto, analizante, que en el trayecto de su análisis pasa a ser tomado por el deseo de analizar, de ser habilitado para ocupar y desarrollar esa función lógica, ese lugar en el dispositivo… lacaniano.
- en los otros discursos a los que hemos habilitado. ¿Está presente, realmente, esta función, este lugar, este concepto, este constructo, en las psicologías, en los psicoanálisis no lacanianos? Creo que no, que el tema elegido es específicamente lacaniano, y a conceptualizar y discutir desde allí y sólo desde allí, donde es parte vital, inevitable e ineludible. Los demás plantearán su analista o psicoterapeuta tipo, con empatía, calidez y confianza; con logoactitudes; continentes; suficientemente buenos; etc.
Pero, por estas dos puntualizaciones, pienso que “deseo del analista” es un tema que nos sitúa de pies a cabeza en campo lacaniano. Es una cuestión intrínseca de su dispositivo; a trabajar desde su teoría, y a vincular con su conceptualización del propio análisis (lo que en ese discurso se plantee que eso sea, más allá de mi análisis –del análisis de Ezequiel).
¿Se entiende? Se trata más, creo, de qué es en Lacan “deseo del analista”, que de por qué he decidido que es mi vocación ser analista, y no sé hasta qué punto, siquiera, por qué deseo ser analista.
¡Ojo! Con esto no cierro la puerta que abrimos, hace sólo un momento, a otras voces. ¡Al contrario, las interrogo desde el vamos!
3. Me releo, y… “¡viva la episteme, viva la teoría! ¡Anulemos la primera persona! ¡A los libros, señores!”, parezco decir. Yo, por fuera. Ajeno, indiferente. No tengo nada que ver. Me suena como si los (me) estuviera llamando a desplegar la búsqueda de un objeto, el saber, que está allí, por ahí, no sé; cualquier cosa antes que hablar de mi, de nos.
Y sí, es verdad que tiendo a ser así, a fantasear una góndola donde Lacan, Borges y Foucault vienen envasados y listos para ser engullidos, o un restaurant cuya carta incluya aquellos conocimientos que uno desea incorporar voraz y económicamente.
Paralelo a esto, el temor a entender mal…
4. ¡Entonces me acuerdo del blog anterior! De desafinar, la analogía musical que en su momento planteó casi sin querer Pablo y que dio tanto para discutir. Y de algo que pensé en aquella época, con esto de la música.
Las versiones no son covers, no son copias exactas de las obras originales. No: las versiones son versiones. Tenemos a Rita Lee tocando y cantando a The Beatles en bossa, por ejemplo. Ella no es Liverpool ni usa el pelo como lo usaban John y compañía, y quizás no se sacó nunca una foto cruzando la calle por la senda peatonal con tres amigas. Ella es Brasil, es madrugada de playa. Es bossa. Y desde ahí interpreta (¡interpreta! La música nos ahorra tanto laburo para establecer una analogía…) un discurso que la atraviesa: la música beatle.
Pensaba en mi, en tanto músico (concédanme este atrevimiento). Nunca podría tocar/cantar un cover. Desafino, nunca sería igual. Pero ese desafinar hace versión a mi cantar[1]. La desafinación se me escapa, el “tonOtro” da lugar al mío, y ahí, justamente ahí, la canción de otro empieza a ser “mi” canción. Antes, o en todo lo demás, es la de otro. En mis desafinadas descubro “mi” registro de voz, rompo con la imitación del registro de otro. Me abro camino errando la reproducción de la voz de otro.
Pero hay mejores formas de “versionar”. Lo de Rita Lee es impecable. Y también lo de nuestro Néstor-Moisés-San Juan con su poema-génesis-himno a la encarnación (¿se acuerdan? ¡Qué fantástico estuvo eso!). Se trata de “arreglar” lo que canto. Las mejores versiones son las que introducen a los originales (mejor generalizamos: a lo original originante) “arreglos” originales (o propios… u originales en tanto alusivos a nuestro origen, a nosotros…) a su vez.
Leyendo a Miller[2] me encontré con una crítica a los analistas contemporáneos y discípulos de Freud por reproducir las afirmaciones de éste –sobre la transferencia y el devenir de la cura analítica en general– con una convicción que él no cree de ninguna manera consecuencia de constataciones propias sino, a lo sumo, fruto de vislumbrar algo de verdad en lo que Sigmund decía. Algo así como que el único que supo –hasta donde pudo, obviamente– analizar y decantar una teorización desde esa experiencia, fue el maestro; los demás no saben muy bien de lo que hablan pero le creen y repiten. Covers de Freud. Esto, por oposición a Lacan “versionador” de Freud. No conozco nada de la historia de Jacques, pero seguro que todo empezó con una desafinada…
5. Sí, estoy meando afuera del tarro. Néstor ya distinguió, aquella vez, entre “desafinar” en Pablo y “desafinar” en Luz: el primero temiendo equivocar el entendimiento de algo, la segunda soltando sin querer, al discurrir, rupturas con un discurso sostenido desde el yo. Pero: ¿no hay conexión? ¿En qué punto malinterpretar –interpretar en otra sintonía, en otro orden que el establecido, que no es lo mismo que interpretar mal, aunque haya quien sostenga tal cosa– no es romper con un discurso conciente? ¿Me equivoco si pienso que el camino que sigo, las marchas y contramarchas, los desafines sorpresivos y los desafines con los demás, es lo que importa? Yo creo que no. No soy un lector ni un estudiante ni un sujeto que escucha sobre el sujeto al estudiar o leer sin sentirse tocado. Y no puedo entenderlo desde afuera. Por lo tanto, la desafinación de la que habla Pablo es también reveladora y bienvenida, no sé si como formación del inconciente, como error hereje o ignorante, o como qué, pero corregir –normativizar– cualquiera de las desafinadas, así, sin pensarlas, es callarlas… y callarme. Cada vez que he repetido a la perfección un librito o una ciencia, he permanecido en silencio. No quiero hacer del blog un glob…ito. No quiero cuidarme. ¿Sida? Sí, da. Al apalabrar errante lo mueve el deseo certero. Asociando tendido o intentando expresar lo entendido. De ambos modos uno queda tumbado. Algo ha retumbado… resonado. Hablo. Si desafino, soné.
Es esto casi un presupuesto epistemológico para mi. Por él puedo escribir acá. Es cierto que corro el riesgo de que parezca que con él legitimo el decir cualquier cosa. Pero, por un lado, desconfío de ese temor a desafinar cantando Lacan, Freud, etc. A lo sumo, ustedes me clarificarán conceptos, me devolverán precisiones acerca de lo que bien o mal intenté decir. Lo peor que puede pasar es que revivan ellos y me digan "¡eso no es lo que dije!", a lo cual responderé "¡por supuesto! ¡eso es lo que yo digo!". En fin, que treinta años después, estamos también autorizados a subvertir a Lacan. ¿O no? Por otro lado, no me puedo llamar a inventar mi canción. No creo posible un preadamismo. Desasirse, desvestirse, desnudarse, de la nana que nos durmió y despertó la primera vez. Sí, en cambio, reconocer cómo la desafino hasta arreglarla desde lo que voy conociendo o creyendo conocer que soy, para dar mi propia versión. Versión a “arreglar” siempre: “paso la vida buscando un verso que nunca encontraré”, dice Jorge Drexler. “¿Dónde te escondiste, “a”?”[3]
Hay un río heraclitiano que me lava día a día
de lo creí mi voz y no lo era
para develar una nueva parte de mi fondo
que ¡oh sorpresa! rima.
¡Qué bien me queda cada nuevo verso,
cada nueva versión de mi verso,
aún –y más– si desafina!
Una cosa es ser versero, y otra ser poeta. Una cosa es la poesía, y otra el chamu(yo). Es cuestión de no comerse el verso. Aquel río heraclitiano, pienso, rompe la repetición, y desde el desafinar permite que el cover devenga versión.
Pensaba, por fin, en que mi propia versión tendrá que ver con mi deseo. Y “deseo” me lleva derecho a nuestro tema: el deseo del analista. Habrá que diferenciar, creo, entre deseo del sujeto y deseo del analista, porque no son nociones idénticas.
6. En fin, que esto ya se me ha hecho demasiado largo. Sintetizando, lo que quiero decir es: hablemos de teoría. Llamo a la teoría, porque creo que el tema es puntualmente teórico. Pero, enseguida, nos llamo a hablar. Voz propia, primera persona, y que sea lo que sea. El tema es apasionante; de nuestro encuentro con él, de nuestros intentos de fidelidad a la letra lacaniana, y de nuestras necesarias infidelidades (desafines), surgirá nuestra versión, la de cada uno, tanto o más interesante.
Me hace muy feliz este espacio. Me encuentro, desde que empezó el año, sintiendo fuerte la distancia de ustedes, extrañándolos, extrañando andar a su par. El blog vino a alegrarme enormemente, y también, debo confesarlo, a crear cierto temor de permanecer rezagado en el derrotero que aquí se pulse, ya sea a nivel frecuencia de producciones como en cuanto al vuelo teórico. Valgan mis intentos, vueltas sueltas deseosas de ser revueltas resueltas.
2. Ahora, fuera de broma (¿broma? Pues es que no sé… si alguien ahí lee algo, algo más que una broma, bienvenido):
como bien dijo Fara, “deseo del analista” designa una función lógica en la situación analítica a lo Lacan. No es mi deseo, o el menos no exactamente o sólo mi deseo, en tanto deseo del sujeto, a secas. Pienso en dos cosas:
- en el pase. Allí tenemos un sujeto, analizante, que en el trayecto de su análisis pasa a ser tomado por el deseo de analizar, de ser habilitado para ocupar y desarrollar esa función lógica, ese lugar en el dispositivo… lacaniano.
- en los otros discursos a los que hemos habilitado. ¿Está presente, realmente, esta función, este lugar, este concepto, este constructo, en las psicologías, en los psicoanálisis no lacanianos? Creo que no, que el tema elegido es específicamente lacaniano, y a conceptualizar y discutir desde allí y sólo desde allí, donde es parte vital, inevitable e ineludible. Los demás plantearán su analista o psicoterapeuta tipo, con empatía, calidez y confianza; con logoactitudes; continentes; suficientemente buenos; etc.
Pero, por estas dos puntualizaciones, pienso que “deseo del analista” es un tema que nos sitúa de pies a cabeza en campo lacaniano. Es una cuestión intrínseca de su dispositivo; a trabajar desde su teoría, y a vincular con su conceptualización del propio análisis (lo que en ese discurso se plantee que eso sea, más allá de mi análisis –del análisis de Ezequiel).
¿Se entiende? Se trata más, creo, de qué es en Lacan “deseo del analista”, que de por qué he decidido que es mi vocación ser analista, y no sé hasta qué punto, siquiera, por qué deseo ser analista.
¡Ojo! Con esto no cierro la puerta que abrimos, hace sólo un momento, a otras voces. ¡Al contrario, las interrogo desde el vamos!
3. Me releo, y… “¡viva la episteme, viva la teoría! ¡Anulemos la primera persona! ¡A los libros, señores!”, parezco decir. Yo, por fuera. Ajeno, indiferente. No tengo nada que ver. Me suena como si los (me) estuviera llamando a desplegar la búsqueda de un objeto, el saber, que está allí, por ahí, no sé; cualquier cosa antes que hablar de mi, de nos.
Y sí, es verdad que tiendo a ser así, a fantasear una góndola donde Lacan, Borges y Foucault vienen envasados y listos para ser engullidos, o un restaurant cuya carta incluya aquellos conocimientos que uno desea incorporar voraz y económicamente.
Paralelo a esto, el temor a entender mal…
4. ¡Entonces me acuerdo del blog anterior! De desafinar, la analogía musical que en su momento planteó casi sin querer Pablo y que dio tanto para discutir. Y de algo que pensé en aquella época, con esto de la música.
Las versiones no son covers, no son copias exactas de las obras originales. No: las versiones son versiones. Tenemos a Rita Lee tocando y cantando a The Beatles en bossa, por ejemplo. Ella no es Liverpool ni usa el pelo como lo usaban John y compañía, y quizás no se sacó nunca una foto cruzando la calle por la senda peatonal con tres amigas. Ella es Brasil, es madrugada de playa. Es bossa. Y desde ahí interpreta (¡interpreta! La música nos ahorra tanto laburo para establecer una analogía…) un discurso que la atraviesa: la música beatle.
Pensaba en mi, en tanto músico (concédanme este atrevimiento). Nunca podría tocar/cantar un cover. Desafino, nunca sería igual. Pero ese desafinar hace versión a mi cantar[1]. La desafinación se me escapa, el “tonOtro” da lugar al mío, y ahí, justamente ahí, la canción de otro empieza a ser “mi” canción. Antes, o en todo lo demás, es la de otro. En mis desafinadas descubro “mi” registro de voz, rompo con la imitación del registro de otro. Me abro camino errando la reproducción de la voz de otro.
Pero hay mejores formas de “versionar”. Lo de Rita Lee es impecable. Y también lo de nuestro Néstor-Moisés-San Juan con su poema-génesis-himno a la encarnación (¿se acuerdan? ¡Qué fantástico estuvo eso!). Se trata de “arreglar” lo que canto. Las mejores versiones son las que introducen a los originales (mejor generalizamos: a lo original originante) “arreglos” originales (o propios… u originales en tanto alusivos a nuestro origen, a nosotros…) a su vez.
Leyendo a Miller[2] me encontré con una crítica a los analistas contemporáneos y discípulos de Freud por reproducir las afirmaciones de éste –sobre la transferencia y el devenir de la cura analítica en general– con una convicción que él no cree de ninguna manera consecuencia de constataciones propias sino, a lo sumo, fruto de vislumbrar algo de verdad en lo que Sigmund decía. Algo así como que el único que supo –hasta donde pudo, obviamente– analizar y decantar una teorización desde esa experiencia, fue el maestro; los demás no saben muy bien de lo que hablan pero le creen y repiten. Covers de Freud. Esto, por oposición a Lacan “versionador” de Freud. No conozco nada de la historia de Jacques, pero seguro que todo empezó con una desafinada…
5. Sí, estoy meando afuera del tarro. Néstor ya distinguió, aquella vez, entre “desafinar” en Pablo y “desafinar” en Luz: el primero temiendo equivocar el entendimiento de algo, la segunda soltando sin querer, al discurrir, rupturas con un discurso sostenido desde el yo. Pero: ¿no hay conexión? ¿En qué punto malinterpretar –interpretar en otra sintonía, en otro orden que el establecido, que no es lo mismo que interpretar mal, aunque haya quien sostenga tal cosa– no es romper con un discurso conciente? ¿Me equivoco si pienso que el camino que sigo, las marchas y contramarchas, los desafines sorpresivos y los desafines con los demás, es lo que importa? Yo creo que no. No soy un lector ni un estudiante ni un sujeto que escucha sobre el sujeto al estudiar o leer sin sentirse tocado. Y no puedo entenderlo desde afuera. Por lo tanto, la desafinación de la que habla Pablo es también reveladora y bienvenida, no sé si como formación del inconciente, como error hereje o ignorante, o como qué, pero corregir –normativizar– cualquiera de las desafinadas, así, sin pensarlas, es callarlas… y callarme. Cada vez que he repetido a la perfección un librito o una ciencia, he permanecido en silencio. No quiero hacer del blog un glob…ito. No quiero cuidarme. ¿Sida? Sí, da. Al apalabrar errante lo mueve el deseo certero. Asociando tendido o intentando expresar lo entendido. De ambos modos uno queda tumbado. Algo ha retumbado… resonado. Hablo. Si desafino, soné.
Es esto casi un presupuesto epistemológico para mi. Por él puedo escribir acá. Es cierto que corro el riesgo de que parezca que con él legitimo el decir cualquier cosa. Pero, por un lado, desconfío de ese temor a desafinar cantando Lacan, Freud, etc. A lo sumo, ustedes me clarificarán conceptos, me devolverán precisiones acerca de lo que bien o mal intenté decir. Lo peor que puede pasar es que revivan ellos y me digan "¡eso no es lo que dije!", a lo cual responderé "¡por supuesto! ¡eso es lo que yo digo!". En fin, que treinta años después, estamos también autorizados a subvertir a Lacan. ¿O no? Por otro lado, no me puedo llamar a inventar mi canción. No creo posible un preadamismo. Desasirse, desvestirse, desnudarse, de la nana que nos durmió y despertó la primera vez. Sí, en cambio, reconocer cómo la desafino hasta arreglarla desde lo que voy conociendo o creyendo conocer que soy, para dar mi propia versión. Versión a “arreglar” siempre: “paso la vida buscando un verso que nunca encontraré”, dice Jorge Drexler. “¿Dónde te escondiste, “a”?”[3]
Hay un río heraclitiano que me lava día a día
de lo creí mi voz y no lo era
para develar una nueva parte de mi fondo
que ¡oh sorpresa! rima.
¡Qué bien me queda cada nuevo verso,
cada nueva versión de mi verso,
aún –y más– si desafina!
Una cosa es ser versero, y otra ser poeta. Una cosa es la poesía, y otra el chamu(yo). Es cuestión de no comerse el verso. Aquel río heraclitiano, pienso, rompe la repetición, y desde el desafinar permite que el cover devenga versión.
Pensaba, por fin, en que mi propia versión tendrá que ver con mi deseo. Y “deseo” me lleva derecho a nuestro tema: el deseo del analista. Habrá que diferenciar, creo, entre deseo del sujeto y deseo del analista, porque no son nociones idénticas.
6. En fin, que esto ya se me ha hecho demasiado largo. Sintetizando, lo que quiero decir es: hablemos de teoría. Llamo a la teoría, porque creo que el tema es puntualmente teórico. Pero, enseguida, nos llamo a hablar. Voz propia, primera persona, y que sea lo que sea. El tema es apasionante; de nuestro encuentro con él, de nuestros intentos de fidelidad a la letra lacaniana, y de nuestras necesarias infidelidades (desafines), surgirá nuestra versión, la de cada uno, tanto o más interesante.
Me hace muy feliz este espacio. Me encuentro, desde que empezó el año, sintiendo fuerte la distancia de ustedes, extrañándolos, extrañando andar a su par. El blog vino a alegrarme enormemente, y también, debo confesarlo, a crear cierto temor de permanecer rezagado en el derrotero que aquí se pulse, ya sea a nivel frecuencia de producciones como en cuanto al vuelo teórico. Valgan mis intentos, vueltas sueltas deseosas de ser revueltas resueltas.
[1] Es la primera vez que puedo sentirme orgulloso de desafinar. Como confesión, les cuento que inicialmente, cuando aparecieron las resonancias de Pablo y Luz sobre desafinar / asociar libremente, resoné resistiendo, haciendo re-percusión (ruido), porque odio irme de tono cuando canto y siempre quiero llegar hasta donde llega aquel de quien imito el cantar. Eso fue muy pensado, y esto que ahora, al bajar un poco la marea, se deja leer, es en todo sentido heredero y elaboración de aquella bruma inicial.
[2] Miller, Jacques – Alain; Conferencias Caraqueñas; La transferencia de Freud a Lacan.
[3] San Juan de la Cruz. La distorsión fue de él, así era y debería haber permanecido, je.
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