viernes, 15 de agosto de 2008

Lo que decanta de lo que (se) me canta

Tirar de las palabras

desasirlas de las cosas;

unirlas, separarlas,

un irlas que sepa ararlas

con el arado que reúne

mis manos y mi historia;

tirando y nunca

parando de tirar

hasta desarmarlas desnudando

lo que son: armas,

armazón, armadura,

amargura de bailar

afín al baile que se baila;

al fin desafinar el compás

y loco, sin paz,

bailando entre letras

entre líneas

en tren, tanto,

por la línea de la letra,

caigo del otro lado.


Y sí, el amor no ama ni es amado; adonde voy no llego, adonde estoy resbalo, la sal no sala y el azúcar no endulza; cuando se acuestan la razón y el deseo, llueve sobre mojado.

Análisis al analista; psicoanálisis al psicoanálisis; hablando de desencuentros nos desencontramos; y es que las palabras no recubren a las cosas, y no es cosa de las palabras lo que dicen los hablantes al usarlas (¿al recubrirse?).

Nos hicimos los finos, yo el que más: llamar a la investigación, a la teoría, a la episteme. Los leí/escuché gustoso en todo, incluso en lo confuso y turbio. Brotó la voz de la voz, y ya todo se hizo real.

¿Cómo no iban a surgir nuestra demanda, nuestro deseo, nuestro amor y amar, nuestro saber, hablando de demanda, deseo, amor, amar y saber? ¿Como no decirlos, no decirnos, sin querer?

Lo más psicoanalítico de todo lo que llevamos caminado creo que es eso: la prueba evidente de que estamos hablando de una praxis, y como tal, al hacerla nos hace, al hablarla nos habla.

Quiero hacer uso de aquella máxima que inventé para habilitarme a equivocar. Desglosaré algunas ideas que pienso. Nada de lo que aquí verán escrito viene avalado por criterio de autoridad alguno. De hecho, la mayor parte debe ser una desafinada bárbara (por oposición a afinación civilizada). Pero bueno, valga este esfuerzo de pensar, pensar que no es mucho más que tomar las palabras e ideas como colores y pintar lo que creo que quiero pintar... y, probablemente, terminar cayendo en la cuenta de que me retraté.


Néstor tomó en serio mi ecuación en broma y halló algo interesante, más allá de haber pensado “de” como prefijo para llegar a su logrado factor común, cuando en la ecuación era preposición, no prefijo.

Fara corrigió ortodoxamente mi asimilar demanda y deseo en el paciente, aun sin tener en cuenta que tomé “demanda del paciente” como un todo, como una X, y así es como la igualé a otro todo, una Y: “deseo de analista”. ¿X=Y? De la cintura para arriba, sí; las diferencias siempre son entre las patas.

Es cierto que la queja con que llega una persona al consultorio tiene que desnudarse, transformarse para entrar en análisis, para que advenga el deseo. Pero en ese sentido, creo que de lo que se trata es de que el sujeto reconozca, tras su desear al analista, su condición de ser deseante (con su consecuente angustia, imposibilidad de satisfacción, etc.). Y es por eso que sigo pensando que “demanda del paciente” y “deseo de analista” son asimilables. Ambas, mentiras verdaderas, errores acertados. El problema no es si demanda o desea. La cuestión estriba en lo imaginario o real del objeto. La demanda, para mi, es el deseo mismo pero en tanto atado a un objeto tal. Cuando paso de ser deseante, sin más, a ser deseante de esto o este, mi deseo devino demanda: espero de eso o ese lo que sólo me podría dar aquello que no puedo nombrar, que nunca hallaré. Estoy diciendo, en definitiva, que “demanda” = “deseo de”.

Fara dice “llamemos a las cosas por su nombre”, y Fander le contesta: “el que te ama no te nombra”. ¡Claro! Lo nombrable no es nunca aquello a que apunta de manera radical mi deseo. Cuando éste apunta a una cosa con su nombre, es demanda: deseo alienado por el lenguaje. Volviendo a la ecuación: lo erróneo sería reducir la situación analítica a “deseo del analizando” – “deseo del analista”. Lo esperable es:

Queja --> Deseo de analista - Deseo del analista --> Deseo del analizando

Es decir, que se pase del “deseo de analista” al “deseo del analizando”, vía el “deseo del analista” como función lógica que introduce el analista en un dispositivo que escucha e interroga a quien se encuentra deseándolo para que descubra su naturaleza deseante, la falta estructural. El deseo sólo tiene sujeto. Cuando viene con objeto, es demanda. Por eso lo homologué, y sostengo que es válido: la persona demanda, es decir, desea al analista. Este no satisface la demanda, pero sí la escucha: detrás, está el deseo. No es que si llegara deseando al analista no habría por qué no satisfacerlo. ¡El analista no es “a”!

Así cobra sentido el factor común de Néstor:

de.(sea+manda)

La demanda va tras lo que está mandado, y ahí su relación con el goce. Busca una vida como se debe, un amor como dios manda. Para el paciente, ¿no está mandado (en el sentido de mandato) ir al analista? Esto o aquello no esta bien, mejor voy a un analista. Tras esa demanda, siempre, el deseo, como verdad a aparecer tras la equivocación. No venía por eso…

El deseo va tras lo que “sea”: tras el ser. ¿Qué o quién “es”, como para ser objeto de mi deseo? Nunca hallará satisfacción… recuerdo a Lacan definiendo amor como “dar lo que no se tiene a quien no es”.

Vamos al amor. Coincido con Néstor en el hecho de que si asumimos el discurso psicoanalítico, necesariamente demanda, deseo, goce, son lo que son dentro y fuera del diván. Y si la demanda es fruto de la ficción, lleva al corrosivo goce, y tapona al sujeto, a la angustia, a la verdad, bueno, se entiende que en la pareja cuando aparece la angustia se corra a rearmar la ficción, como se entiende que el analizando demande más al no ser satisfecha por su analista la demanda. Se entiende, pero no implica que eso sea lo que nos planteamos como la pareja sostenida desde la verdad de cada uno, desde el sujeto. La vida amorosa es tan parecida al análisis que por algo hablamos de amor de transferencia, por algo los padres pasan por análisis a través de uno como también desde uno influyen en la pareja, por algo… etc. Considero muy válido interrogar la vida desde Lacan, muy válido pensar al psicoanálisis como discurso, como antropología, como praxis con eco y ramas en la vida de cada uno.

Pero también pienso que no podemos decir cómo es el amor en pareja así, en el aire, en general. Es como hablar de psicoanálisis: se transmite una experiencia, no se enseña un saber instituido. A fin de cuentas, todo depende del gusto de cada uno, o, en el mejor de los casos, de una decisión. Seguramente, el trabajo analítico sobre uno tiene algo por abonar en este sentido.

Pensando ambos temas, amor y psicoanálisis, llego a la misma conclusión. Hablamos de teoría. Intentamos sistematizar, enunciar, ordenar. Pero no hay más legalidad acerca de esto que la que brota de pasar por la experiencia analítica… por la amorosa…, pensarlas, y tener en cuenta que hablamos (al par que somos hablados): no exponemos nada que provenga de ninguna verdad absoluta, científicamente comprobada, etc.

Se me ocurrió otro juego. ¿Por qué no pensar que del "Amor" de yo a yo se puede pasar al "AMO®" en tanto amor que va desnudándose con registro de la marca del Otro, puesto en lugar de amo, quizás, y que, en el mejor de los casos, llega a ser "A-more", en tanto que reconocedor de que radicalmente va tras "más", tras otra cosa, tras "a"?


Se los dejo como otra borma, como un regalo. Teniendo en cuenta la famosa ecuación freudiana con regalo… pues tiren de la cadena… ¡significante! Adoro los cículos… “tirar de las palabras…”

No hay comentarios: